Hace exactamente un mes, tuve la fortuna de conocer a una persona ajena a mi círculo, pero tan dentro de mi entorno que, me regaló un instante de felicidad cuando creí que no podría ser posible.
Reconozco que las palabras fueron cordiales, las propias del momento, un pseudo flirteo motivado por la diversión circundante pero, que sin remedio, fue capaz de hacerme olvidar que llevaba mi careta de no puedo estar triste, la 33.
Recuerdo con cariño esos minutos de reconocerse, vi en sus ojos tanta vida, unas ganas tan grandes de comerse el mundo, un vigor y valentía que podrían desarmar al más seguro de los seres. Es como si todo ese torbellino de energía positiva se apoderara de mi y sonreí sin miedo, estaba frente a la persona que irradiaba y regalaba lo más valioso de sí: un saco de razones para seguir y respirar.
Mientras escribo, viene a mi memoria, su aliento de chicle de menta, su locuacidad e ingenio para hacer proposiciones y, como no, su perfume poderoso, contagioso y letal para mi, un aroma que reduce al mínimo mi coraza protectora. (Menos mal que estoy a cubierto, porque amo con todo mi ser, sin esperar nada, sólo por darme, porque y mi piel se altera con el tacto, las pieles y los besos....ufff esto es otra historia, la que hoy me ocupa es la de Loewe número 7, el protagonista de este relato.)
Volviendo esa esencia perturbadora, a esa manera suya de estar pero no estar, de gozar de la compañía de sus amigos, de esa conversaciones plagadas de risas que, desde fuera, invitan al descubrimiento a descifrar ese código secreto que se nos presenta cuando no conocemos al que observamos.
A partir de ahora, lo que imagino, lo que aparenta ser y quizás no sea pero, errar no es malo, ni pretendo ganar una apuesta, simplemente expresar aquello que me inspira.
Encara el riesgo sin temer nada, se deja llevar y en medio de tanto mar, aguas mansas y salvajes a la vez, lucha por arribar a un puerto que le brinde pasión y ternura, paz y batalla.
Su dulzura parece no tener límites, es cortes, generoso y locuaz, a veces carismático, respirando a pleno pulmón, ajeno al dolor, pero hay algo en su mirada que delata una marca de tristeza no muy reciente y que permanece en él. Fin de la primera entrega.